miércoles, 25 de febrero de 2015

La ingeniería de la Nueva España.



 Cortés, excelente administrador, también tenía espíritu de ingeniero, lo cual quedó demostrado en el corto tiempo que la naturaleza no ejerció acciones contra la ciudad capital. Logró junto con el alarife Alonso García Bravo adaptar las ideas
renacentistas de León Bautista Alberti y de Sebastiano Sereyo a la traza de una ciudad con abundantes plazas, cuadradas o rectangulares, según el caso, y calles rectas, amplias y flanqueadas por edificaciones de igual altura, orientadas de tal manera que se aprovecharan los vientos solano, auster, favoritos y septentrio.

En su enfoque espiritual fue la conceptualización de la Nueva Jerusalén Celeste de San Agustín; en lo arquitectónico, la sede de la gema más preciada de las posesiones de la Corona española, al grado que Carlos V la tomó de modelo para el trazo de nuevas ciudades capitales, disposición refrendada más tarde por Felipe II. Con ello, una incipiente ingeniería civil, que rápidamente tomaba la nacionalidad mexicana, hizo acto de presencia en todos los virreinatos de América.

Pronto surgieron construcciones con innovadores diseños; tal fue el caso de las Atarazanas (en el actual rumbo de San Lázaro), parte en tierra firme y parte en las aguas del lago de México, donde tres inmensas naves guarecían los bajeles en los atardeceres. El sobrepeso de inmuebles no adecuados al suelo aún no
consolidado de la isla-plataforma, hizo fracasar la ingeniería española ante los acelerados hundimientos, falta de verticalidad y resquebrajamientos que rápidamente se manifestaban. Con ello un nuevo reto de la naturaleza dio origen a una ingeniería civil simbiótica al recurrir a las técnicas prehispánicas.

Entre los exponentes que tipificaron esa fusión de respuestas estuvieron las cimentaciones, y tras bien pensados ensayos se encontraron diversos tipos de basamentos adecuados a las características del suelo. Se alcanzó uno a base de casetones trapezoidales invertidos, recubiertos con una mezcla de alta resistencia a la humedad, que se cerraban con lozas artificiales elaboradas con “tierras argilosas de Michoacán”; siendo estos los primeros elementos fabricados en la América española.

Los hundimientos, problema latente hasta la fecha, propiciaron que el tan mal interpretado virreinato entrara en la fase del modernismo urbano con la red subterránea de agua potable a base de tubería flexible-configurada por tres ejes básicos que corrían de poniente a oriente-, y la red subterránea de drenaje, de tres ejes dirigidos de sur a norte.

Ya nada detuvo el progreso de la ingeniería mexicana. El haber tenido cada vez mejores conocimientos sobre mecánica del suelos, hizo que la ciudad creciera a partir del siglo XVIII no sólo en extensión, sino también en el volumen de los inmuebles civiles, asistenciales, religiosos y municipales; en este caso, el desagüe con el que se buscaba librar a la ciudad de las inundaciones. Por su parte, la Catedral se volvió el centro experimental de una ingeniería civil que irradiaría hacia todo el territorio.

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